Nunca me gustó Callejeros, pero
quizás si alguna amiga me pedía que la acompañe o no sé, alguien me regalaba
una entrada podría haber ido aquel 30 de diciembre a Cromañon. En esa época iba
a casi todos los recitales de las bandas que seguía, no me importaba dónde era,
cuánta gente entraba, cuánta gente había ni donde estaban las salidas de
emergencia.
Esa noche me encontró brindando
junto a mis amigos en la casa de uno de ellos. De golpe alguien recibió un
mensaje y pusimos Crónica. Las imágenes empezaron a fluir acompañadas de
titulares que no lograban explicar lo que había sucedido. Ni lo que estaba
sucediendo. Para qué describir esas imágenes que quedaron impregnadas en la
retina de todos. Para qué describir el dolor, la incertidumbre, el averiguar si
tal o aquel estaba allá, el enterarte que un conocido -quizás alguien lejano-
sí, había estado ahí.
Luego llegaron las primeras
explicaciones. Una bengala, media sombra en el techo y las puertas de
emergencia bloqueadas. Ni hablar de las 2.000 personas que superaban la
capacidad permitida.
A 10 años de aquel día todavía los
familiares y sobrevivientes piden justicia. Hubo penas para los integrantes de
la banda, ex funcionarios porteños, policías, el dueño y los administradores
del local. Pero estas condenas fueron y vinieron, tanto es así que el 13 de
marzo del año entrante se hará una revisión de las mismas, donde todos los
acusados podrán exponer sus argumentos de manera oral y pública.
Nunca me gustó Callejeros, ahora no
puedo escuchar su música ni al pasar sin sentir un nudo en la garganta. Como si
fuera una falta de respeto hacia esos que ya no están y que lo único que
hicieron fue ir a ver a su banda preferida para despedir el año.
Ese 30 de diciembre quedó y quedará en la memoria de cada uno de los argentinos. Cromañon, nos pasó a todos.
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