Desayuné mi café con leche junto a la ventana mientras escuchaba la radio de siempre. Hay días que las noticias son las mismas. Ni el pronóstico cambia. Nublado con probabilidad de lluvias y lloviznas, como toda la última semana. Vale aclarar que nunca llovió ni lloviznó, por eso mismo no llevé paraguas.
Doblando la esquina, la primera de quien sabe cuantas antes de llegar al subte, tuve ese presentimiento. Ese. Ese mismo, si. Casi por llegar a la tercer esquina - no es que las conté pero lo deduzco por las cuadras que avancé – se me cruzó por la cabeza cambiar la rutina y tomar el colectivo. Tardaría un poco más pero ese presentimiento me hizo dudar. Ese mismo, si. Sin embargo, llegué a la tercera esquina y seguí de largo camino al subte, es increíble como uno actúa por inercia a lo largo de sus días.
Vale aclarar que no solo lloviznó sino que llovió y fuerte. Y yo sin paraguas y sin piloto. Ni atiné a apurarme, mojar me iba a mojar lo mismo. Lo único que pensaba es porque no volví a casa luego de ese presentimiento. Ese mismo, si. Llegué al subte que por supuesto estaba con demoras. Y con goteras. Y yo sin paraguas y sin piloto. Pensé en salir y tomar un taxi, pero era fin de mes. Por lo tanto, opté por no irritarme, me senté en un lugar libre que nadie había visto y saqué mi libro. Total, era viernes. Las mañanas de los viernes son distintas.
El señalador marcaba la página 94 de La Resistencia, de Ernesto Sabato. “Hay que resistir, éste ha sido mi lema”, es lo primero que leo. Y yo me indigno y resisto. Resisto y me indigno. Y leo. El subte llegó vacío, como siempre. Estaba en la primera estación de la línea verde, Congreso de Tucumán. Por supuesto que ese vacío no duró mucho. Subte con retraso a esa hora de la mañana no es una buena combinación. Subí como levitando, mis pies casi no tocaron el piso mientras la gente empujaba para conseguir lugar. Me ubiqué en un rincón y abrí mi libro otra vez. El señalador marcaba la página 113, recién ahí me di cuenta cuánto estuve esperando.
Eran las 8.36, no tan tarde. Veinte minutos hasta
Desconcertado, volví al presentimiento de aquella esquina que ahora parecía tan lejana. Ese presentimiento, ese mismo, si. Mientras intentaba buscar una explicación el subte retomó la marcha y yo, ingenuo, aguardaba por
Finalmente me senté y ya no esperaba
d.a.f.
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