Me desperté esa mañana muy temprano raramente inspirado. Hacía rato que no me pasaba, cosa que me tenía bastante preocupado.
Sin lavarme siquiera la cara calenté el café de la noche anterior y me senté frente a la máquina de escribir que había heredado de mi abuelo paterno. Soñé con un hombre misterioso que, como todo hombre misterioso, me generó misterio. Era flaco, alto y canoso. Su nariz, su nariz era común, o al menos no sobresalía de la cara mucho más de lo que una nariz debe sobresalir. Llevaba un sobretodo y bajo su brazo un diario. Caminaba lento por una calle oscura sin levantar su vista. No sé por qué ese hombre me inspiró tanto. Ya con mi taza de café negro y Jockey suaves al alcance de mi mano comencé a escribir…
Inesperadamente imaginé su rostro de una forma muy clara. Nunca había imaginado de manera tan perfecta la cara de un protagonista de mis cuentos. Me detuve unos minutos, comencé a hacer memoria pero estaba completamente seguro de que jamás había visto a ese hombre. Puse a preparar más café, ya había liquidado la primera taza. Mientras tanto, ese rostro seguía dando vueltas en mi cabeza…
“…Luego de observar las fotos, las guardó cuidadosamente en el sobre y sacó unas hojas con nombres, fechas y horarios de una caja que estaba en un viejo ropero. En el calendario que colgaba de la pared, marcó con una cruz roja el 22 de enero. Bebió un caldo caliente, fumó un cigarrillo y se recostó. Le costó conciliar el sueño, pasaron horas y horas mientras él observaba el techo. Muchos pensamientos apabullaban su cabeza, su plan sería finalmente concretado. Su víctima,
Antes de comenzar a escribir el final de mi historia, noté que no tenía más cigarrillos. Me puse la campera para ir al kiosco que raramente se encontraba cerrado. Agarré Cesar Díaz para salir a Nazca. Esperando cruzar la esquina de Campana, lo vi venir. En esa calle tan familiar para mi, vi al protagonista de mi historia. Ese mismo que soñé, ese mismo que creí haber inventado, ese mismo que estaba por cometer un crimen. Venía caminando a un ritmo constante, ni lento, ni rápido, pero firme. Tenía puesto el sobretodo marrón y sin levantar la vista, dobló y yo quedé detrás.Él nunca notó mi presencia, parecía estar con la cabeza en otro lado. Aún sin poder creerlo empecé a seguirlo, sin pensar en lo que estaba haciendo y sin salir de mi asombro. Entró al kiosco de la esquina y pidió secamente un Camel de 10, yo a su lado pedí mis Jockey suaves. Salió y luego de cruzar Nazca se detuvo en la parada del 110. Eran las nueve de la mañana en punto. Me paré detrás de él y esperé lo que él esperaba, sin saber con seguridad lo que era. Subimos al 110, me senté en uno de los asientos cercanos a la puerta y él permaneció parado. Su mirada y sus pensamientos parecían idos. No podía dejar de mirarlo. Se incorporó llegando a Av. Libertador, yo de manera disimulada me levanté suavemente para bajar por la puerta trasera.
Encendió un cigarrillo y comenzó a caminar hasta
Entré asustado a mi departamento y me senté
en el escritorio aunque todavía no sabía para qué. Lo que tuve frente a mis
ojos me heló la
sangre. Con una
letra desprolija pero legible alguien había terminado mi cuento describiendo
con excesivo detalle los acontecimientos de unas horas atrás. Un frío recorrió
mi cuerpo y fue más fuerte aún cuando leí el siguiente párrafo:
“… Volví a mi casa por inercia, los hechos ocurridos no paraban de
dar vueltas en mi cabeza y me generaban preguntas que jamás iba a poder
responder. Sentado frente al escritorio todavía un poco atónito sentí algo
detrás de mí. Al darme vuelta, el hombre misterioso con aquel sobretodo marrón
estaba parado observándome y apuntándome con su pistola. Sin decir una palabra
apretó el gatillo. En ese último momento, ya no era frío lo que recorría
mi sangre sino un espeso fuego que me invadía el cuerpo por completo...”
Sentí su presencia, pero esta vez decidí cambiar la historia y no
me di vuelta. No estaba preparado para enfrentarlo. Alguien mas había escrito
mi historia y yo ya conocía y aguardaba mi inminente final.
d.a.f.
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