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lunes, 29 de octubre de 2012

El Hombre Misterioso


Me desperté esa mañana muy temprano raramente inspirado. Hacía rato que no me pasaba, cosa que me tenía bastante preocupado.
Sin lavarme siquiera la cara calenté el café de la noche anterior y me senté frente a la máquina de escribir que había heredado de mi abuelo paterno. Soñé con un hombre misterioso que, como todo hombre misterioso, me generó misterio. Era flaco, alto y canoso. Su nariz, su nariz era común, o al menos no sobresalía de la cara mucho más de lo que una nariz debe sobresalir. Llevaba un sobretodo y bajo su brazo un diario. Caminaba lento por una calle oscura sin levantar su vista. No sé por qué ese hombre me inspiró tanto. Ya con mi taza de café negro y Jockey suaves al alcance de mi mano comencé a escribir…


“Un hombre desgarbado caminaba por las calles de uno de los barrios porteños una noche de otoño. Los árboles tristes, extrañaban a sus flores. El tiempo frío parecía querer llamar la atención con una suave brisa. Las calles aburridas parecían pedir que alguien las camine. La luna solitaria que alguien la acompañe. El hombre misterioso parecía esconder un secreto. Llevaba un sobretodo marrón y su paso era lento y casi despreocupado. Se detuvo frente a la puerta de madera de aquel edificio y entró. Subió por las escaleras hasta llegar a su departamento en el tercer piso. Abrió el diario que llevaba en la mesa y sacó un sobre que llevaba dentro de él. Unas fotos mostraban la imagen de un hombre joven subiendo a un extravagante auto. El hombre misterioso estuvo un largo tiempo, casi una hora observándolas. Parecía triste, con nostalgia, sin embargo sus ojos demostraban odio y venganza…”



Inesperadamente imaginé su rostro de una forma muy clara.  Nunca había imaginado de manera tan perfecta la cara de un protagonista de mis cuentos. Me detuve unos minutos, comencé a hacer memoria pero estaba completamente seguro de que jamás había visto a ese hombre. Puse a preparar más café, ya había liquidado la primera taza. Mientras tanto, ese rostro seguía dando vueltas en mi cabeza…

“…Luego de observar las fotos, las guardó cuidadosamente en el sobre y sacó unas hojas con nombres, fechas y horarios de una caja que estaba en un viejo ropero.  En el calendario que colgaba de la pared, marcó con una cruz roja el 22 de enero. Bebió un caldo caliente, fumó un cigarrillo y se recostó. Le costó conciliar el sueño, pasaron horas y horas mientras él observaba el techo. Muchos pensamientos apabullaban su cabeza, su plan sería finalmente concretado. Su víctima, Marcelo Farias brindará  una charla  en el Palais de Glace a las diez de la mañana. Repasó todo lo que tenía pensado. Ingresará como un oyente más, sin llamar demasiado la atención, claro. En el momento indicado se pondrá de pie, sacará su revólver y apuntará a la cabeza del – seguramente – desconcertado orador. Ese será el final de todo.  Y se durmió, el 21 de enero había terminado.El despertador sonó a las siete, en vano, ya que no había logrado pegar un ojo. Se levantó y se duchó mientras se calentaba el café. Desayunó liviano, una taza de café negro con dos tostadas. Las noticias anunciaban un lindo día en la ciudad pero fresco. Se puso el sobretodo y salió…”


Antes de comenzar a escribir el final de mi historia, noté que no tenía más cigarrillos. Me puse la campera para ir al kiosco que raramente se encontraba cerrado. Agarré Cesar Díaz para salir a Nazca. Esperando cruzar la esquina de Campana, lo vi venir. En esa calle tan familiar para mi, vi al protagonista de mi historia. Ese mismo que soñé, ese mismo que creí haber inventado, ese mismo que estaba por cometer un crimen. Venía caminando a un ritmo constante, ni lento, ni rápido, pero firme. Tenía puesto el sobretodo marrón y sin levantar la vista, dobló y yo quedé detrás.Él nunca notó mi presencia, parecía estar con la cabeza en otro lado. Aún sin poder creerlo empecé a seguirlo, sin pensar en lo que estaba haciendo y sin salir de mi asombro.  Entró al kiosco de la esquina y pidió secamente un Camel de 10, yo a su lado pedí mis Jockey suaves. Salió y luego de cruzar Nazca se detuvo en la parada del 110. Eran las nueve de la mañana en punto. Me paré detrás de él y esperé lo que él esperaba, sin saber con seguridad lo que era. Subimos al 110, me senté en uno de los asientos cercanos a la puerta y él permaneció parado. Su mirada y sus pensamientos parecían idos. No podía dejar de mirarlo. Se incorporó llegando a Av. Libertador, yo de manera disimulada me levanté suavemente para bajar por la puerta trasera.


Encendió un cigarrillo y comenzó a caminar hasta la calle Posadas, lo imité sin que él notara mi presencia y que le seguía los pasos. En el camino me empecé a intranquilizar y mi tranquilidad desapareció del todo cuando me encontré en Plaza Francia, para ser más específico, frente al Palais de Glace. Eran las 9.45 y el hombre misterioso fumó un último cigarrillo antes de entrar. Yo lo observaba sentado en un árbol desde enfrente. Para no levantar sospechas ingresé antes que él pero lo vigilaba desde la entrada por si tenía que salir de manera abrupta. A las 10 en punto entró y se dirigió a la sala de conferencias del primer piso. Subí las escaleras y antes de entrar a la sala me paré frente al cartel que daba la bienvenida: “Mente creativa, actitud creativa. Nuevas tendencias por el Licenciado Marcelo Farías”. Lo que sentí en ese momento no lo puedo describir, las piernas se me aflojaron y sentí  mi cara pálida, un fuerte frío recorrió todo mi cuerpo. Junté todas mis fuerzas, me armé de coraje e irrumpí en la sala. La charla ya había comenzado y unas 40 - 50 personas escuchaban al conocido empresario con mucho interés. Me senté unas sillas más atrás y en diagonal a mi hombre misterioso. Mis ojos estaban clavados en él, no podía evitarlo. Era mi historia y yo esperaba lo inevitable. De repente, el hombre misterioso se puso de pie. El orador se detuvo y entre sorprendido y asustado dijo: “Fernando.. hermano.. por favor, no..”, no logró completar la frase, una bala certera en el medio de su pecho lo derribó. El hombre misterioso se dio vuelta me miró fijo y salió precipitadamente del lugar. La gente comenzó a correr y a gritar. Sin embargo, yo no escuchaba sus gritos. Me quedé parado sin poder moverme observando la situación. No podía creer lo que había sucedido. Comencé a temblar y a sudar, inmóvil. Un policía se me acercó y sacó mi cuerpo paralizado y sin reacción de la sala. Bajé las escaleras, crucé la calle y volví al árbol en el que estaba sentado hace unos minutos atrás. No podía dejar de pensar en su mirada, era evidente que -contrariamente a lo que yo pensaba - siempre notó mi presencia.Volví a mi casa por inercia, los hechos ocurridos no paraban de dar vueltas en mi cabeza y me generaban preguntas que jamás iba a poder responder. ¿Tendría que ser ese el final de la historia?  ¿Soy yo el culpable de dicha tragedia? ¿Inventé yo los personajes y ese fatal destino? ¿Podría hacer algo para cambiarlo? 



Entré asustado a mi departamento y me senté en el escritorio aunque todavía no sabía para qué. Lo que tuve frente a mis ojos me heló la sangre. Con una letra desprolija pero legible alguien había terminado mi cuento describiendo con excesivo detalle los acontecimientos de unas horas atrás. Un frío recorrió mi cuerpo y fue más fuerte aún cuando leí el siguiente párrafo:
“… Volví a mi casa por inercia, los hechos ocurridos no paraban de dar vueltas en mi cabeza y me generaban preguntas que jamás iba a poder responder. Sentado frente al escritorio todavía un poco atónito sentí algo detrás de mí. Al darme vuelta, el hombre misterioso con aquel sobretodo marrón estaba parado observándome y apuntándome con su pistola. Sin decir una palabra apretó el gatillo. En ese último momento, ya no era  frío lo que recorría mi sangre sino un espeso fuego que me  invadía el cuerpo por completo...”
Sentí su presencia, pero esta vez decidí cambiar la historia y no me di vuelta. No estaba preparado para enfrentarlo. Alguien mas había escrito mi historia  y yo ya conocía y aguardaba mi inminente final.


d.a.f.

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