“Si no hubiera un
León Gieco, habría que crearlo”. Estas palabras definen la admiración que el
ídolo popular despertó en Mercedes Sosa, quien cumplió siempre el rol de
‘hermana mayor’ fruto de una relación de años de amistad.
Raúl
Alberto Antonio Gieco nació el 20 de noviembre de 1951 en una chacra del norte
de Santa Fe. Criado en un ambiente humilde y en una familia que supo pasar por necesidades,
tuvo que salir a trabajar a los ocho años.
“Me faltó vivir más las infancia. Como el dinero no abundaba, los regalos que recibía en Navidad eran cosas que necesitaba. Y a mí me daba mucho pudor no compartir la alegría de un juguete nuevo con los pibes del barrio. Por eso, a los ocho años me hice mi propio regalo de Navidad: el juego El Estanciero. Me acuerdo que lo compré a escondidas y lo guardé para que mis viejos no lo vieran. El
Gieco se ganó su apodo cuando en un recital,
al conectar unos equipos, dejó sin luz a todo un pueblo y lo denominaron en
forma de broma “el rey de los animales”. Despierta admiración y un desbordado
amor en artistas, músicos y sobre todo en su público, entre el que se puede
encontrar gente de distinta edad. Generoso, solidario y simple por donde se lo
mire, se convirtió en uno de los íconos y referentes de la historia del rock
nacional, un mito viviente. Genera sentimientos de una magnitud difícil de
explicar, pero muy fáciles de entender.
A los 9 años se compró su primer guitarra,
una Calandria, y prometió pagarla en cuotas. Comenzó a presentarse en actos
escolares y en grupos de folklore. A los 18, viajó a Buenos Aires y de a poco
comenzó a relacionarse con el mundo del rock: Gustavo Santaolalla, Tormenta y
Litto Nebbia, a quien admiraba de pequeño. “Cuando yo era chiquito me hubiese
encantado sacarme una foto con Litto Nebbia”, declaró el músico en sus
memorias.
En noviembre de 1971 llegó la primera
presentación en grande en el Festival B.A. Rock II. En 1976 se editó su tercer
LP, “El fantasma de Canterville”, dentro de una época en la que tuvo que sufrir
censuras. Las letras de seis temas tuvieron que ser modificadas y otros tres,
directamente fueron eliminados: “La historia esta”, “Tema de los mosquitos” y
“Las dulces promesas”. En 1978 editó “IV LP”, que contenía uno de las canciones
que luego se convertirá en un himno y en un grito desesperado contra la Dictadura
militar, “Solo le pido a Dios”. “No es una canción religiosa, es un pedido a la
gente, es un ojala”. Y agregó para su libro: “Una de las ‘bestias’ de ese
gobierno de facto me dijo que no podía componer una canción de paz en época de
guerra”. Perseguido y amenazado de muerte, decidió exiliarse por un año en Los
Ángeles.
Uno de sus grandes proyectos fue “De
Ushuaia a la Quiaca”, producto de sus ganas de mostrar las diferentes músicas
de las distintas culturas y provincias del país. Reunir artistas y mezclar
sonidos, ideas, armonías y sentimientos era su principal idea. Dos años de una
gira nacional dieron como resultado 40 horas de filmación, ocho mil tomas
fotográficas y tres discos editados entre 1985 y 1986.
En 2006 debutó como director. Su gran humanidad
lo llevó a realizar un documental con artistas con capacidades diferentes, “Mundo
alas”. León fue el encargado de seleccionar personalmente a los jóvenes y
plantearles la idea. Dice que les vio el aura. Una gira nacional que incluye
las historias de vida de los protagonistas que rieron, lloraron, cantaron,
bailaron y se enamoraron a lo largo de esta increíble experiencia.
“Durante mucho tiempo creí que tenía que
cambiar el mundo, que era mi responsabilidad. Ya no lo pienso. No quiere
decir que no intente hacer cosas para mejorar la vida de los otros. Porque a lo
mejor de esta manera, quizás esté haciendo, sin proponérmelo, algún aporte para
cambiar al mundo”, cuenta en “Crónica de un sueño” Mas allá de la humildad que lo
caracteriza, resulta imposible no ver su grandeza. Y si uno le presta atención
se le escapan las alas. Si. León Gieco es sin duda un león, un león gigante, y
con alas.
d.a.f.
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