Casi era la
medianoche. Entré a mi departamento sin saber que hacer, un poco perdido, sin
entender lo que había sucedido. Caminaba entre mis libros y mis pocos muebles
buscando respuestas, sabiendo que nunca las encontraría, o que no quería
encontrarlas…
Tenía hambre. Abrí en vano la alacena que, como de costumbre, estaba vacía, ya lo sabia, pero mis movimientos eran impensados. Creo que era mi manera de evitar que la desesperación me encuentre sin ignorar que en cualquier momento eso sucedería. En un rincón observé una botella de vino que se escondía casi con picardía, quien sabe cuanto hace estaba allí. Sin importarme, mi cuerpo se abalanzó hacia ella. Buscando serenidad me senté en mi sillón, pero mi cabeza continuaba dando vueltas alrededor de la habitación en la que me encontraba hace unas horas.
Tenía hambre. Abrí en vano la alacena que, como de costumbre, estaba vacía, ya lo sabia, pero mis movimientos eran impensados. Creo que era mi manera de evitar que la desesperación me encuentre sin ignorar que en cualquier momento eso sucedería. En un rincón observé una botella de vino que se escondía casi con picardía, quien sabe cuanto hace estaba allí. Sin importarme, mi cuerpo se abalanzó hacia ella. Buscando serenidad me senté en mi sillón, pero mi cabeza continuaba dando vueltas alrededor de la habitación en la que me encontraba hace unas horas.
Y comencé a
recordar… Una noche mas de nostalgia y melancolía me hizo llegar hacia ese bar
que a menudo frecuentaba, me senté en la barra, y me pedí un whiskey, el
primero de quien sabe cuantos, no lo recuerdo bien. Prendí un cigarro y ese fue
el principio de algo que nunca tendría que haber sucedido.
Se me acercó
por fuego y por intriga, algo de mi le llamaba la atención aunque no sabía que,
hay veces que la curiosidad puede resultar peligrosa. Era hermosa, de esas mujeres
que uno solo ve en sus sueños, tenía una elegancia y una finura
indescriptibles. Me hablaba al oído. Su risa y su voz me hipnotizaron. Hablamos
poco pero nos dijimos mucho, hasta que me invitó a su casa. Era una locura
negarme, tampoco quería hacerlo. Cerró la puerta y nuestros cuerpos se
entrelazaron. La deseé como nunca lo había hecho, no teníamos límites, yo no
tenia limites. Esa noche, sin conocerla, quería amarla. Y que me ame. ¿Sería
eso posible? A mi cuerpo no le importaba y mi cabeza no quería saberlo. Tal vez
no soportaría la respuesta. Mis manos llegaron a su cuello, su rostro como
sabiendo lo que sucedía, pedía compasión, en ese efímero momento, yo no sabía
lo que eso significaba. Sentí verdadero placer cuando su corazón se detuvo. Observé
su bello cuerpo tendido en la cama, sus ojos aún parecían mirarme con tristeza.
Me fui. Salí a la calle con la única compañía de mis Parisiennes, nunca supe
porque los fumaba, odiaba su desagradable olor. Di dos vueltas a la manzana
antes de entrar a casa. Temía encontrarme conmigo mismo. Solo. No quería
pensar. Ya era tarde.
Sentado en mi sillón
con una copa de vino trato de olvidar. Un frasco de pastillas que usé alguna
vez para dormir no deja de mirarme. No se si tomar una o veinte. Las miro, pienso,
decido. Me duele el pecho y siento tranquilidad, ¿será la culpa que quiere
vencer al arrepentimiento? ¿o el arrepentimiento que quiere vencer a la culpa?.
No me importa, no quiero saberlo. Solo quiero dormir, el dulce sabor del vino se
desliza dentro de mí, siento paz, cierro los ojos, mañana será otro día, o tal
vez no. No lo se, y tampoco deseo saberlo.
d.a.f.
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